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En fotografía gastronómica, la luz no es un detalle técnico más. Es el ingrediente principal que define la atmósfera, el estado de ánimo y la emoción de una imagen. Una buena iluminación puede transformar un plato en algo irresistible, mientras que una mala luz puede arruinar incluso la receta más espectacular.
Hoy quiero contarte cómo trabajamos en el estudio con los dos grandes protagonistas de la iluminación en fotografía gastronómica: la luz natural y el flash, y cuándo elegir uno u otro según el proyecto.
Luz natural: frescura y honestidad visual
La luz natural siempre aporta cercanía, frescura y realismo. Sus sombras suaves, reflejos sutiles y la calidez de ciertas horas del día (como la hora dorada) generan una estética muy valorada en fotografía gastronómica y editorial.
Eso sí, también tiene limitaciones: depende del clima, de la hora y del espacio. Por eso es fundamental aprender a controlarla con difusores, cortinas translúcidas o reflectores, de modo que podamos suavizarla y adaptarla a cada escena.
Flash: control absoluto de la escena
Cuando buscamos resultados consistentes, independencia de las condiciones externas y control total de la luz, el flash es el mejor aliado. Nos permite definir la dirección, intensidad y atmósfera de la foto sin depender de horarios ni del tiempo.
En el estudio trabajamos con flashes Profoto porque ofrecen precisión, versatilidad y una calidad de luz impecable. Esto nos permite mantener un estilo visual constante, ya sea en una producción editorial pequeña o en una campaña gastronómica a gran escala.
Entonces… ¿cuál es mejor?
La respuesta es simple: depende de la historia que quieras contar.
- Si buscas frescura y naturalidad: la luz natural es tu aliada.
- Si necesitas consistencia, dramatismo o control total: el flash será tu mejor opción.
La iluminación no es un aspecto técnico aislado. Es lo que convierte un plato en una historia visual que despierta emociones y conecta con quien lo mira.
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